

Ese
Romero

Sin pasado ni futuro
No sabía si acercarme era lo correcto, siempre tuve prejuicios contra ese hombre; él no se lo merecía. Día a día, durante más de cinco meses, he caminado por los jirones Huancavelica y Miró Quesada acechado por todas las señoras que me ofrecen anteojos. A metros de ingresar al edificio donde trabajo, me recibe la imagen de un hombre cuyas arrugas expresan vivencias, fatiga, incomodidad, desesperación y, falta de noción.
No sé si el tiempo que he usado para observarlo ha sido suficiente, solo sé que algún día ya no estará ahí para recibirme.
Es un intento de vagabundo, pues ha de ser uno de los más correctos que he visto. No es de pedir dinero ni comida, no vive pendiente de lo que el resto está dispuesto a dejar. Su edad, para mí es un misterio, él cree que no merece contar sus años de vida puesto que muchos de ellos no fueron aprovechados. –Hijo, ¡mírame! ¿Crees que esto es lo mejor que pude hacer?
Las mañanas no son para visitas, desaparece sin dejar huellas pero retorna en la tarde al lugar que siempre lo acogió, una vereda de lo que algún día fue el Banco Internacional del Perú. Durante las tardes se sienta, víctima del calor o del frío, a mirar el panorama que se le presenta, como si alguien fuera a aparecer con buenas nuevas y a cambiarle la vida, una esperanza en la nada.
Sus noches las pasa acompañado de la luna, si es que aparece, y unos cigarros que nunca le faltan. Como por arte de magia aparece una mochila viajera que guarda las pocas prendas que tiene; eso sí, siempre limpias. Como decía líneas atrás, no es cualquier vagabundo.
Mi curiosidad, antes que nada, radicaba en saber de qué vivía. No fue fácil decidirlo pero para conversar con él debía acercarme, por lo que no encontré mejor solución que comprar un par de sándwiches. Me senté confiado de que nada pasaría y fue así como las cosas fluyeron; empecé a comer mi sándwich y a propósito lo miré para saber si se le apetecía, su rostro lo dijo todo. Saqué el otro que aún tenía y lo compartí.
No había pronunciado palabra alguna pero era necesario romper el hielo.
-Maestro ¿Qué tal? Creo que tenía mucha hambre.
-Un poco, no siempre viene alguien a robarte el sitio y te invita un pan con pollo.
Sonrió y mostró los pocos dientes que le quedan. Creo que esa fue la señal para iniciar una conversación que terminó dejándome muchas enseñanzas, las cuales compartiré poco a poco, disfrazadas como simples textos.
“La gente pasa por acá y muchas veces me ignoran, hay quienes sí me prestan atención pero me miran con cierto rechazo. Hijo, ¡mírame! ¿Crees que esto es lo mejor que pude hacer? Sé que he cometido errores pero los pago a mi manera. Sé que soy ave de paso, hoy en día solo vivo de la voluntad de la gente, pero nunca les he pedido nada. Aprovecha lo que tienes, tú estás luchando para ser alguien, yo lucho para no olvidarme quién fui, lo que soy ya lo he sacado de mi mente. Vivo sin pasado ni futuro”.
El miedo que tiene de no despertar, es el mismo miedo que tengo de llegar una mañana, esperar hasta la tarde, y ya no ser nunca más testigo de cómo arma el cartón que funge como colchón. Tal vez ese día ya no esté con nosotros.
