

Ese
Romero

La tristeza de un abuelo
Interminable es la lista de personas a las que alguna vez escuché o fui testigo de cómo se desvivían por describir el amor que sentían por sus abuelos. No tengo el agrado de haberme expresado así de los míos, no porque sea un ingrato, sino porque el destino no me brindó la dicha de tenerlos conmigo.
Por parte de madre, ambos ya no se encuentran en esta mundo; por otro lado, mis abuelos paternos solo han compartido conmigo un par de horas en los últimos veinte años. La primera vez se remonta a cuando fui bebé, la segunda y última a un par de años atrás (conscientemente recién los conocí ahí).
Siempre hago un paréntesis para hablar de mis abuelos paternos, bastaron unos minutos para darme cuenta de que eran adorables: ella, una señora bonachona que de vez en cuando olvida las cosas; él, un hombre de cabellera color nieve que a duras penas escucha. Una pareja ideal.
La falta de memoria: Él es Junior, tu nieto.
La sordera:¿Qué cosa dijiste?
La falta de memoria: Yo no he dicho nada.
En fin, volviendo a la naturaleza humana, no encuentro la raíz original de tal amor inacabable. Gracias a mi hermana, mi madre es abuela hace ya casi catorce años. Chela (mi madre), como abuela, le ha entregado a sus nietos un sentimiento digno para ser envidiado.
Puede que algún día, al ser abuelo, intente entregar todo lo que no pude a mis hijos, tal vez no. Siento que si un padre sufre al ver partir a un hijo, un abuelo sufre más: es ver cómo aquella criatura, fiel antónimo de lo que sucede en tu vida en lo que respecta a años, simplemente parte.
¿Cómo se ha de sentir una persona cuando un abuelito nos abandona? Es algo que nunca sabré. Siempre he brindado mis abrazos para quienes conocen de aquella pena; mi enamorada, por ejemplo (saludos a don F.U.).
Esto es por Fidel, por Gabriela, por la tristeza de un abuelo que tal vez no me recuerda, por la tristeza de un abuelo que tal vez nunca he sentido.
