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El poder de la fotografía

 

 

Caminando por la Av. Nicolás de Piérola (ex Colmena) fui testigo del reclamo de un grupo de mineros que hoy por hoy siguen buscando su formalización ante los ojos del estado; dejo ese tema de lado porque estaría rozando cuestiones políticas y hablar de ello, ahora, no me importa.

 

 

Lo que pasara antes, durante, o después, se redujo a nada cuando a lo lejos pude observar que un hombre movía los brazos cuya fuerza tomó la atención de mucha gente; parecía que me estaba llamando, parecía que de mí quería ayuda, pero no. Me acerqué acomodando la cámara que pendía de mi brazo con un nudo improvisado, listo para ser desatado en cualquier momento y continuar con la ráfaga de fotografías.

 

 

-Compadrito ¡A mí también tómame una foto, pues!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Había cruzado una calle completa y esquivado protestantes solo para atender su pedido. Claro que sí, maestro, le respondí. No sé qué habrá pensado en ese momento; muchas horas después, revisando el material que obtuve de aquel día, me percaté de la foto y empecé a carcajear por la anécdota. ¿Algún día sabrá el señor cuál fue el destino de su fotografía? ¿Ganaba algo con esa foto? Las respuestas son incontables, qué importa, el hombre quiso algo y lo obtuvo, ¡qué mejor que ello!

 

 

Voy a cumplir un año como fotógrafo aficionado y he observado de todo: gente que se esconde por no ser fotogénica, personas que se ofenden porque creen que violamos su privacidad, niños que se alegran al ser inmortalizados, trabajadores que dejan de lado su labor para sonreír y levantar su pulgar indicándote que todo anda bien. Sus reacciones son distintas, mi objetivo, el mismo: Captar lo que sucede en una vida normal, con problemas y tropiezos, con lucha y esfuerzo, con ganas o sin ánimos; eso y más somos nosotros.

 

 

Andar con cámara en mano te brinda mucho poder. Uno tiene la capacidad de reconstruir un aspecto de la sociedad a su antojo, rescatar un retaso de la realidad que suele escaparse de nuestra vista. Se trata de paciencia y experiencia, no de capricho ni dinero. Puedes tener una máquina con un valor monetario muy alto, nada vale si solo capturas por reflejo; no hay que olvidar que la fotografía es un arte.

 

 

Sé que caminar en Lima con una cámara es muy riesgoso, peor aún cuando el tamaño de esta no permite meterla a un bolsillo, es como coquetearle a la delincuencia. Pero en el riesgo está la victoria, si tu cámara se queda en casa simplemente no fotografiarás nada,. podría ser algo intrépido, pero uno nunca sabe lo que se puede encontrar en la selva de asfalto.

 

 

Más allá de que la fotografía sea buena o no, es importante tener en cuenta que siempre tendrá una carga comunicativa, y que esta puede también ir en contra de muchos valores o ponerte entre la espada y la pared cuando de ética se trata. El fotógrafo es humano antes que nada, no debe olvidar que siempre debe proteger todo aquello que le puede brindar una buena toma, desde una persona hasta la arquitectura de la ciudad.

 

 

Recuerdo una foto en la portada del New York Post en la que se aprecia a una persona segundos antes de ser arrollada por un tren. Se trataba de Ki-Suck Han, un ciudadano que cayó a las rieles tras haber tenido una discusión. El fotógrafo, fiel a su trabajo y transtornado por el éxito que iba a tener la foto, la tomó. Esos segundos los pudo usar para ayudar al hombre, pero no. Duro, impactante y frívolo.

 

 

La decisión está cada uno, el poder de la fotografía es impresionante, poder que muchas veces se puede salir de las manos si no se cuenta con un poco de consciencia. Somos humanos tratando a humanos, el objeto es la foto, no quien apareció en ella.

© 2014 Ese Romero. Todos los derechos reservados....los izquierdos, también.

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