

Ese
Romero

En barrio de tunanteros [Parte 2]
La tarde no cae en vano, la feria de Yauyos se oponía al ambiente que me había recibido. El calor producido por la comida preparada no cesó hasta encontrarme en el reciento central. No era un estadio, ni mucho menos un coliseo; eso no importaba, las multitudes llegaban en decenas familiares para presenciar el espectáculo que se desarrollaba en la Plaza 20 de Enero, nombre que se le otorgó por ser la fecha principal de la fiesta de la Tunantada.
Era hora de ingeniárselas para no mojar la cámara con la lluvia inconstante, son momentos que abren paso a la libertad del niño interno reflejándolo con una sonrisa seguida de un suspiro. ¡Qué hermoso es el Perú!
Quien juzga una cultura, se autoproclama ajeno a la sociedad. La apreciación que uno pueda tener como turista queda reducida ante la maravilla artística y te lleva a preguntar cuáles son aquellas costumbres que identifican a un limeño; llevo horas pensando y no llego a un consenso de ideas. Sería ilógico decir que somos ajenos a ello, lo difícil está en identificar una identidad dentro de una sociedad tan mixta.
Los saxofones profundizaban la melancólica alegría de escuchar una historia que de ficticia no tenía nada. La falta de aire descompensaba mis fuerzas pero no la emoción. Pat se mezclaba entre la masa constantemente y sin que se entere acudía en su búsqueda; cuando se percataba de mi presencia, mi cámara era muy útil para disimular. No quería que esté lejos, no quería perderla de vista.
Las energías habían disminuido, era hora del almuerzo. Aunque no sea correcto, en situaciones así, solemos descuidar prioridades como la alimentación, era motivo para entablar conversaciones con comerciantes de lo que fue la primera capital peruana. La vendedora de comida que nos atendió rápidamente cumplió el papel de guía turística estática, mientras pelaba y cortaba papas para luego freírlas, disparaba datos curiosos sobre la ciudad, lugares por conocer, fechas por disfrutar, etc. Conversaciones que finalizan al entregar las monedas por lo consumido, un “muchas gracias” por parte de nosotros, un “vuelvan pronto” como respuesta.
Los participantes desfilaban los colores de sus trajes con mucho garbo. Un descanso no caería mal; nada de ese viaje cayó mal. Por descuido y cansancio dejamos que la noche caiga sin consuelo, a partir de ese momento, sin intención alguna, me aventuré solitario por las calles para ver qué me topaba por sorpresa…tamaña sorpresa recibiría al día siguiente al notar que ya no recordaba nada. Curioso, no; Típico de mí, tampoco; Gracioso para Pat, demasiado.
21 de enero y Lima ya llamaba con su resentimiento, parece que cuando uno se aleja del hogar, este te llama con los recuerdos y juega con tus sentimiento. Era hora de partir en cuerpo, la mente permanecería allá por un par de semanas más.
Es que Jauja se hace respetar, levanta la ceja y frunce el ceño cuando la comparas con la ciudad vecina, apaña tus travesuras y se queda con un poco de ti. Es ese retaso de vida que a propósito olvidé en sus calles, el motivo perfecto para retornar en un futuro no muy lejano. Este texto se cierra, pero el capítulo vivo aún permanece abierto, pues el barrio de tunanteros sigue llamando, el barrio de tunanteros seguirá bailando y cantando.
