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A quienes nos cuidan

 

 

No soy hijo producto de un matrimonio, ni mucho menos de una relación de años; soy un hijo de una amistad que poco a poco se volvió en complicidad, pero que al fin y al cabo, no resultó. Yo ya estaba en camino pero mi papá fue destacado hacia Puno. Al nacer, mi madre, a quien le debo todo en la vida, tuve las mejores intenciones porque él me conozca, pero para ese entonces los niños morían a consecuencia de la helada; por obvias razones, mamá y yo no viajamos.

 

 

El tiempo determinó que entre ellos poco quede; es más, lo único que supe que tenían en común era la institución a la que pertenecían cuando se conocieron. Mis padres, ambos policías, tomaron rumbos distintos; yo, junto a mi madre, crecí entre anaqueles y máquinas de escribir esperando que a las cinco de la tarde aterrice en el patio del Ministerio del Interior, espacio que antes había sido de CORPAC, el helicóptero al cual muchas veces soñé subir, pero solo pude apreciar de lejos a través de una ventana enrejada.

 

 

La presión del grupo me formó con un futuro en la escuela de oficiales, pero mi madre tenía otras miras hacia mí, ella era consciente de que por más satisfactorio que era su trabajo, el estado es malagradecido con tu entrega. En el "simple" acto de ser policía, miles han muerto en el VRAEM, cientos fueron víctimas del terrorismo, y de muchos nunca más se supo nada. Ingrata sensación de entregar la vida por tu país, y que al final nadie lo valore.

 

 

Esta semana, mientras cubría un grupo de protestas desarrolladas en el centro de Lima, usé un minuto de mi tiempo para observar el rostro de quienes se estaban encargando de la seguridad, tanto de los protestantes, como de los transeúntes, policías que ante la mínima intención de violencia reaccionarían. Fue en ese minuto que pensé que a todos ellos los espera una familia en casa, que la bendita historia del sueldo bajo debe tener a muchos de ellos en problemas. Recordé también que día a día mamá sale hacia su dependencia, y que gracias a Dios, siempre la he tenido de vuelta en casa, aunque no es nada exagerado decir que mi Chelita se ha salvado de un par de tragedias... hierba mala nunca muere. Te amo mamá.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ante el malestar de muchos, reiteradas veces he escuchado insultos hacia ellos, he presenciado las agresiones que reciben, injustificadas de por sí. La tensión del momento hace creer a la gente que ellos son soldados que viven para defender al estado y atacar a la ciudadanía. Mentira. Es cierto que su honor está ante todo y servir a la patria es su deber, pero antes de ello, todo policía es un ser humano, que sale a la calle a defender su trabajo, ya que con él llevan un plato de comida al hogar.

 

 

Se les culpa de la alta violencia del país y su mal accionar sin notar que ellos también tienen una vida por defender, la de sí mismos. Nuestra seguridad está en sus manos, pero qué somos capaces de entregarles.

 

 

Gritar como locos "¡Defiéndeme, yo te pago tu sueldo! no nos hace más virtuosos, si bien es cierto, nuestros impuestos sirven para cubrir los sueldos de los estatales, ellos, como ciudadanos, también aportan, por ende se pagan su propio sueldo. ¿Curioso no? Trabajar para recibir lo que tu aportas.

 

 

A quienes se quejan, les propongo intentar calmar miles de almas eufóricas, sin perder el control, a quienes nos cuidan, los felicito, gracias a ustedes aprendí una nueva perspectiva de la vida.

© 2014 Ese Romero. Todos los derechos reservados....los izquierdos, también.

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